I TITULO: ESTADO Y CRIMEN ORGANIZADO EN
AMAERICA LATINA.
II AUTOR:
MIGUIZ DANIEL
MISSI MICHEL
ISLA ALEJANDRO
III ABSTRAC
La
corrupción y el crimen organizado en américa latina, se acentuó por un “Estado
Fallido”, el mismo que se caracterizó por un fracaso social político, económico,
por tener un gobierno débil o ineficiente, por no haber velado por brindar
bienes y servicios de calidad. etc
Corruption and
organized crime in Latin America, was accentuated by a "failed
state", the same one that was characterized by a political social failure,
economic, to have a weak or inefficient government, because it did not have to
provide quality goods and services. etc
IV PALABRAS CLAVES:
-
Estado fallido
-
Capacidades
limitadas
V INTRODUCCION
El
tema de la delincuencia organizada transnacional solo se incorporó a la agenda
internacional recientemente, aunque ha atraído atención considerable en los
últimos años. La Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia
Organizada Transnacional entró en vigor en 2003. Al año siguiente, el Grupo de
alto nivel sobre las amenazas, los desafíos y el cambio de las Naciones Unidas
incluyó la delincuencia organizada transnacional entre los “seis grupos de
amenazas que deben preocupar al mundo hoy y en los decenios por venir”1 . En
febrero de 2010, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas observó “con
preocupación las graves amenazas que el tráfico de drogas y la delincuencia
organizada transnacional plantean en algunos casos para la seguridad
internacional en diferentes regiones del mundo” e invitó al Secretario General
“a que considere la posibilidad de incorporar esas amenazas como factor en las
estrategias de prevención y análisis de conflictos, y en la evaluación y la
planificación integradas de las misiones”2 .
CONTENIDOS:
La capacidad del narcotráfico para atravesar fronteras y
diversificar su actividad ha creado un problema transnacional imposible de
abordar con políticas nacionales. El crimen organizado sobrevive también debido
a su enquistamiento en las estructuras del Estado.
Transcurrida una década desde el 11 de septiembre de 2001
se puede constatar un cambio en la percepción de las amenazas en América
Latina. Mientras en el momento de los atentados existía la preocupación por un
posible acto terrorista en o desde la región latinoamericana, hoy esa idea se
ha desvanecido, y ha surgido el temor más cierto a que el crimen organizado se
conviertan en una amenaza real para los Estados de la región. En muchos de
ellos, las instituciones y el monopolio de la violencia por parte del Estado se
encuentran minados por la corrupción de funcionarios y estructuras paralelas de
poder.
A raíz de esta amenaza ha comenzado a circular la
expresión “Estado fallido” para describir las precarias condiciones de
seguridad y las dificultades de las instituciones de numerosos países
latinoamericanos. Los gobiernos de la región rechazan la calificación de
“Estado fallido”, considerándola una variante de las políticas de
“certificación” de Estados Unidos practicadas en los años noventa. De esta
manera, se repiten debates que se dieron hace un década en el caso de Colombia
y se reeditan en la actualidad con referencia a México o a los países
centroamericanos. Lo que se requiere, por el contrario, es un análisis
específico que trate de identificar aquellas áreas de presencia limitada del
Estado donde actores no-estatales (sociales y económicos, violentos y
no-violentos, nacionales e internacionales) están participando en la prestación
de servicios básicos como la seguridad y el bienestar.
Allende el ‘Estado fallido’
La fórmula del “Estado fallido” no deja opciones válidas
para combatir el crimen organizado, pues no permite detectar puntos de partida,
ya sea por parte de las agencias estatales, de la sociedad civil o de actores
externos. Por tanto, solo un enfoque que tenga en cuenta las “capacidades
limitadas” del Estado puede ofrecer estrategias para la recuperación de la
presencia del mismo, un proceso que ni es veloz ni produce resultados a corto
plazo. Por otra parte, los intereses políticos en juego no facilitan el
desarrollo de planes de acción concretos. Hay que tener en cuenta que la lucha
contra el crimen organizado tiene mucho que ver con la imagen internacional del
país, de ahí que se utilice la denominación de “Estado fallido”. Basta con
recordar la polémica sobre las cifras de homicidios y su comparación
internacional para comprobar el peso de esos datos sobre la valoración del país
en cuestión.
El problema central de una violencia desbordada como
consecuencia de la lucha entre diferentes cárteles por el control de las rutas
de transporte y las plazas de comercialización de las drogas es ampliamente
conocido. La capacidad de desplazamiento de las organizaciones criminales
implica que un país con los suficientes medios y fuerza coercitiva pueda hacer
frente en cierta medida a estos actores, mientras que un vecino con menos
capacidades se ve afectado en proporción mayor. Se establece así una cadena
continua de desplazamientos que solo podría interrumpirse con un esfuerzo
internacional a la altura del reto transnacional del que se trata. Insistir en
la soberanía nacional en lo relativo a la lucha contra el narcotráfico, el
crimen organizado, la corrupción y la violencia limita las posibilidades de
cooperación externa en áreas fundamentales como son los sistemas judiciales y
penitenciarios.
Asimismo las medidas que los Estados aplican en el
combate al crimen organizado tienen graves consecuencias no intencionadas; como
la violación de derechos humanos, la sustitución de funciones de policía con la
participación de los militares, la supresión de iniciativas de prevención y la
expansión del crimen hacia áreas de convivencia ciudadana más amplias.
Nuevos productos, nuevas organizaciones
Es preciso buscar nuevos elementos a la hora de responder
a las dinámicas expansivas del narcotráfico. En América Latina es preciso
prescindir de conceptos y generalizaciones que han demostrado no ser útiles en
el diseño de opciones viables. Entre ellos, están las viejas fórmulas y
categorización de países de producción, tránsito y consumo de la droga, que hoy
no sirven para un debate efectivo sobre el problema. En este sentido, debido al
cada vez más frecuente “pago en especie” (es decir, la comisión de delitos a
cambio de drogas o el intercambio de unas drogas por otras) y teniendo en
cuenta la expansión de las clases medias latinoamericanas, los países de
tránsito se están convirtiendo en países de consumo, como es el caso de
Argentina y Brasil, con los correspondientes costes económicos, sociales y
políticos.
Los costes del problema del narcotráfico varían además
según el producto –marihuana, cocaína o metanfetaminas– por lo que las
propuestas recurrentes de legalización del consumo tendrán que diferenciarse
según el producto. Así, las sustancias sintéticas (de consumo creciente en
países de América Latina, EE UU y Europa) ya no dependen de condiciones
climáticas de cultivo como la cocaína, sino de las estructuras criminales para
su circulación. A medio plazo pueden darse dinámicas que –debido a las modas
que caracterizan el consumo de drogas– redefinirán las rutas y los flujos que
hoy determinan el combate a los narcotraficantes. De este modo, se observa una
transformación de los mercados ilegales, según varían la demanda y las
preferencias de consumo.
A pesar de la atención mediática y la rentabilidad del
negocio, no hay que perder de vista que las drogas no son la única fuente de
ingresos de las organizaciones criminales. Teniendo en cuenta que su interés
central es la ganancia en la acción empresarial ilegal, su modelo de producción
varía de acuerdo a la garantía de los ingresos. La experiencia tanto del caso
colombiano como del mexicano apunta hacia una modalidad productiva
multidimensional, que reduce la dependencia de un único mercado ilegal,
ampliando su actividad criminal hacia secuestros y extorsiones, tráfico de
armas y patentes, migración clandestina, así como trata de personas y tráfico
de órganos. Esta diversificación va gestándose dependiendo de la rentabilidad
de la respectiva actividad y de la capacidad de control de los organismos de
represión. El crimen organizado siempre tratará de reducir sus costes de
transacción a través de la corrupción de funcionarios, aplicando la modalidad
de “plata o plomo”, aunque buscará reducir la intervención externa en sus negocios.
Para las estrategias de combate al crimen organizado, la
nueva multidimensionalidad de las organizaciones exige enfocar el modelo
productivo de estos actores con una perspectiva integral, ya que las
estrategias parciales destinadas a un producto o un mercado no lograrán
subvertir las estructuras criminales, capaces de desplazarse fácilmente ente
los países y cambiar de actividad ilegal.
La sociedad y la convivencia con el crimen
Fórmulas como la “guerra contra el narco”, aplicada por
el gobierno de México, presentan paralelismos con las políticas de “mano dura”
frente a las maras en Centroamérica. Aunque ambas sirvan como lemas de campaña
política –al presuponer capacidades de combate que, en la mayoría de los casos,
no están a disposición de los respectivos gobiernos– hay que tener en cuenta
que el crimen organizado no se presta a ser considerado “enemigo del Estado”.
Las investigaciones sobre el fenómeno reflejan la coexistencia entre Estado y
crimen organizado en todos los países. Lo diferente en cada caso son los
equilibrios relativos en esta relación.
El problema es que la capacidad expansiva demostrada por
el narcotráfico y el volumen de ingresos generados han distorsionado los
equilibrios relativos, lo que ha llevado a una mayor represión estatal. Por
otra parte, la proliferación de actores violentos ha llevado a una reducción de
los márgenes de autonomía del Estado, y hoy uno de los mayores retos es la
recuperación de la presencia del Estado en amplias zonas de Colombia,
Centroamérica y México, pero también en favelas de São Paulo y Río de Janeiro
en Brasil. Sin embargo, las capacidades de la acción estatal se ven limitadas
debido a que las organizaciones criminales sirven a un mercado con una demanda
muy alta y creciente, y los instrumentos para el control de los mercados
ilegales son insuficientes ante el tamaño y la diversificación de las rutas de
tráfico y consumo de drogas.
Además, la violencia inherente a la lucha contra estas
organizaciones y la escalada de inseguridad están minando el apoyo de la
ciudadanía a estas acciones. Esto no debe entenderse como una claudicación,
sino que obedece a que las sociedades reclaman seguridad, convivencia pacífica
y el restablecimiento de los espacios públicos, sin verse expuestas al miedo y
la restricción de sus movimientos, tal como sucede en la actualidad en México.
De este modo, la meta a la que habría que aspirar es restablecer el equilibrio
entre Estado, sociedad y crimen organizado en su justa relación, sin que los
políticos caigan en la tentación de ofrecer una sociedad libre del crimen,
declarando una victoria que en poco tiempo resulte un espejismo ante la
capacidad transformadora de estas organizaciones.
Reto transnacional y control nacional
El “efecto globo” y el “efecto cucaracha” característicos
del narcotráfico y el crimen organizado son una muestra clara de la capacidad
de estos grupos para encontrar espacios de reproducción y traspasar las
fronteras nacionales, en aquellos lugares con una presencia limitada del Estado
que maximice las ganancias. Ambos fenómenos restringen aún más los esfuerzos de
los gobiernos nacionales en el combate al narcotráfico y, por el contrario, “empujan”
al narco y sus redes criminales hacia los países vecinos. Así, el “éxito” en el
control de las rutas del narcotráfico por el Caribe dio lugar a su traslado a
Centroamérica, donde en la actualidad se observa un paulatino desplazamiento
hacia las vías marítimas del Pacífico, debido al creciente control de la vía
terrestre. Por ello, aunque el desmantelamiento de determinados grupos
criminales se venda como éxito para consumo nacional, no resuelve el verdadero
problema.
La falta de congruencia entre una amenaza de carácter
transnacional y las respuestas de alcance nacional garantiza la supervivencia
de las estructuras criminales, que siempre encuentran otro lugar donde
establecerse. Por ello si no se desea promover la expansión del fenómeno, es
urgente crear formatos de combate transnacionales efectivos.
Pero el crimen organizado no solo encuentra oportunidades
en este nuevo carácter transnacional; su capacidad de supervivencia se debe
también a su presencia y enquistamiento en las propias estructuras del Estado.
Basta observar el hacinamiento en las prisiones, donde los grupos criminales
desarrollan una actividad interna incontrolable para las autoridades, llegando
a establecer sistemas de “autogobierno” difíciles de desmantelar.
Más allá de su presencia en las cárceles, la corrupción e
impunidad asociadas a la actividad criminal se han expandido a diferentes
niveles en las estructuras del Estado. Así, por ejemplo, el sistema judicial de
muchos países de América Latina no es capaz de tramitar de manera transparente
las denuncias ni de aplicar la ley a innumerables casos pendientes asociados al
narcotráfico. Por una parte, existe un alto número personas en prisión sin
acusaciones formales; por otra, las reformas penales en diversos países no han
tenido el efecto deseado a la hora de acelerar los juicios y hacer más
transparentes los procedimientos judiciales. Las organizaciones criminales
sacan provecho de estas debilidades en el andamiaje institucional. Es por ello
que desean mantener un Estado débil y/o establecer un equilibrio de mutuo
respeto entre Estado y crimen organizado, desarrollar sus propias capacidades
para mantener el orden, prestar servicios y convencer a los ciudadanos de su
calidad como actores centrales e indispensables (y hasta confiables). Al mismo
tiempo, redes de patronazgo vinculadas al crimen organizado distorsionan la
política y el funcionamiento de la justicia.
Derivado de lo anterior está la impunidad, que sigue
siendo un arma de supervivencia fundamental para las redes criminales. La
impunidad tiene además el efecto de deslegitimar la “guerra contra el narco”,
ya que en muchos países se opta por la extradición de los capos ante la
desconfianza en las propias instancias judiciales. Contrarrestar la corrupción
y el tráfico de influencias requerirá un esfuerzo sostenido en el tiempo, ya
que se trata de problemas enraizados a corto plazo y no será posible
reestructurar instituciones con la necesaria supervisión y transparencia.
Acciones conjuntas contra el crimen organizado
La vulnerabilidad de las estructuras institucionales es
uno de los desafíos en las acciones de control y combate al crimen organizado.
Esto hace necesario establecer un sistema lo suficientemente ágil para prevenir
y adaptarse a las transformaciones de la actividad de estos grupos, teniendo en
cuenta las nuevas rutas del narcotráfico, especialmente hacia Europa. Ante las
nuevas rutas del Sur, que pasan por África occidental para abastecer la
creciente demanda de cocaína en los mercados europeos, la propia Unión Europea
ha solicitado mayor cooperación internacional. De este modo, la preocupación
por la debilidad de las estructuras estatales ha llegado a Europa, que trata de
encontrar herramientas de cooperación que sirvan para fortalecer los Estados y
controlar los mercados de consumo, por ejemplo con el apoyo de la agencia
Frontex. No solamente España y Portugal –como mercados de entrada de la droga–
están llamados a asumir una mayor responsabilidad, la UE en su conjunto y los
vecinos Europa oriental también se ven obligados a reforzar sus fronteras.
En la actualidad, los expertos coinciden en que las
acciones sobre la demanda son más efectivas que el enfoque tradicional,
especialmente apoyado por EE UU, de reducción de la oferta. Cuando la
administración de Barack Obama anunció al gobierno mexicano que consideraba el
combate al narcotráfico y sus organizaciones una “responsabilidad compartida”
parecía que el vecino del norte había modificado su visión sobre el problema.
En 2007 se puso en marcha la Iniciativa de Mérida (programa plurianual de
cooperación en materia de seguridad en el que participan EE UU, México y países
de Centramérica), que sirve de base a la cooperación regional para combatir el
narcotráfico y las formas conexas de delincuencia organizada. Para 2008 y 2009,
el gobierno estadounidense aportó a la iniciativa alrededor de 1.300 millones
de dólares, y se proponía asignar 450 millones a México y 100 millones a
Centroamérica en 2010.
Por otra parte, con la puesta en marcha de la Central
America Regional Security Initiative (Carsi), Washington reconoce la dramática
situación de seguridad y violencia vinculada al narcotráfico que está asolando
El Salvador, Guatemala y Honduras, el llamado “triángulo norte”. En estos
países, el aumento de la corrupción en las instancias del gobierno, los
organismos de seguridad y el poder judicial ha debilitado aún más unas
instituciones ya de por sí frágiles desde las guerras civiles de los años
ochenta y noventa y por el impacto de la violencia de las maras en la década de
2000.
La I Conferencia Internacional de Apoyo a la Estrategia
de Seguridad de Centroamérica, celebrada el 22 y 23 de junio pasado en Ciudad
de Guatemala, puso en evidencia la necesidad de una mayor financiación de
programas conjuntos –más allá de la coordinación intergubernamental– y también
la urgencia de recuperar la capacidad de acción del Estado mediante reformas
institucionales tanto en la policía y en el sistema judicial, como en los
sistemas de prevención social. Esfuerzos de tal envergadura –aunque se refieren
a países pequeños– no serán posibles sin la intervención de agencias externas
en ámbitos de tradicional control soberano. Un ejemplo de la dificultad para
vencer el “problema de la soberanía” y sus conflictos derivados lo ofrece la Comisión
Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), que desde 2007 colabora
en la reforma del sistema judicial de este país con el apoyo de las Naciones
Unidas.
Penetrar en los negocios de las estructuras criminales
Entre la amplia gama de acciones para combatir el crimen
organizado, la más urgente y provechosa a corto y medio plazo será la
penetración de sus negocios. La diferencia entre el crimen organizado y la
delincuencia común es el interés en la producción de valor añadido mediante la
confusión de las actividades criminales con empresas legales. Solo minando este
nexo será posible limitar el traslado de actividades criminales y prevenir la
multifuncionalidad que han adquirido estas organizaciones.
Por tanto, no es suficiente capturar a los capos de
algunos cárteles, sino que es clave desarticular sus redes de negocios, lo cual
requiere un diseño de cooperación transnacional entre EE UU, la UE y América
Latina. Esto implica ir más allá de la implementación de los mandatos del Grupo
de Acción Financiera Internacional (GAFI) en cuanto al control del lavado de
dinero, pues también es preciso llevar a cabo acciones conjuntas de
inteligencia financiera y comercial. Este tipo de investigaciones son muy
costosas y complejas para un Estado individual, por lo que es indispensable
crear facilidades financieras comunes que permitan a los países pequeños
participar en los esfuerzos.
Entre ellos, habría que situar la “inteligencia
financiera” fuera de los ministerios de Hacienda, que hasta ahora han estado
más interesados por la generación de impuestos que por penetrar y desarticular
las estructuras financieras del crimen organizado.
El combate al crimen organizado a partir de su actuación
empresarial, reduciendo sus recursos disponibles, tendría un efecto
determinante en comparación con medidas puntuales y sectoriales que los Estados
individuales solo podrían llevar a cabo de manera limitada. Ningún Estado será
capaz de combatir por sí solo esta amenaza en América Latina
VII CONCLUSIONES
VIII REFERENCIAS
BIBLIOGRAFICAS
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militar guatemalteco”. En:
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